El fuego en mi cerebro ha sido apagado, reemplazado por una súbita, absoluta calma. Un sentido de certeza. Sé lo que necesito hacer ahora. Y sé que no hay nada, nada que no haré para llegar hasta ella.
Lo siento, siento que mi delgada moral se disuelve. Siento mi endeble y apolillada piel de humanidad comenzar a separarse y, con ella, el velo manteniéndome lejos de la oscuridad. No hay líneas que no cruzaré. No hay ilusiones de misericordia.