Los nombres prestados

un instante después, el hombre se echó a llorar y el perro entendió que el hombre lo necesitaba más a él de lo que él necesitaba al hombre y que no le quedaba mejor solución que adoptarlo como dueño.

El disco casi se eligió solo: la Sinfonía n.º 3 de Schumann.

horas después de haber cometido nuevos pecados que, para él, no contradecían la pureza de la tarea que se había propuesto, pues había entendido que, para cumplir su propósito, él podía asumir cualquier nueva culpa, sumarla a las que pesaban desde siempre sobre aquella alma suya ya condenada.

Incluso en instantes como aquel, para ella jamás existían los problemas; solo las soluciones.

hubo un momento de lucidez en el que logró entender que era a él a quien Dios castigaba, despojándolo de lo único bueno que tenía en el mundo.

Y en sus acciones también habían caído inocentes, porque las prisas son malas consejeras y la presión desde arriba es una maquinaria entre cuyos engranajes siempre perece aplastada la verdad.

Pese a sus excusas, pese a sus consuelos inútiles, pese a las cantinelas del deber y de que el fin justifica los medios, al final un hombre no es lo que dice de sí mismo que es, sino la suma de sus acciones.

Al final se despidieron con un beso largo, que él sintió como una promesa y ella, como un punto final.

Los perros no tienen reloj. No saben lo que es el tiempo, acaso porque tampoco saben lo que es la muerte.

Cuando has logrado construirte una vida en la que casi eres feliz, no es difícil olvidar un tiempo en el que no te gustabas.