El perfeccionista en la cocina

el propósito de un libro de cocina es único e inconfundible. Es inconcebible que su objetivo sea otro que acrecentar la dicha de la humanidad.

Cocinar consiste en apañarte con lo que tienes: infraestructura, ingredientes, nivel de competencia. Es un proceso falible en el cual cada pequeño éxito requiere alabanza, de preferencia más de la que se merece. Pero imagina cómo serían las cosas si se hiciera realidad tu cocina de ensueño. Lo que guises tendría que estar a la altura de la misma.

Pero además está el otro cajón, donde viven objetos de uso esporádico, donde todo está revuelto y es furtivo, y en el que introduces una mano cautelosa porque no sabes dónde acechan las puntas afiladas.

La comida –cena– salió bien y el chef no estaba estresado. Nadie dijo nada de mi primer plato (una pizca ofendido), ni tampoco del postre (cabrones). Pero todo el mundo convino en que «esta lasaña está deliciosa».

Quizá a la remolacha le llegue una tregua, al igual que al kiwi, el limoncillo, los tomates secados al sol y las piernas de cordero.

«Al cocinar, siempre acecha la posibilidad de estropear un plato. Nadie puede eliminarla.» Pero ella coincidiría con Richard Olney cuando éste escribe: «Un fracaso no es una deshonra y muchas veces puede ser más instructivo que un éxito.»

Su cocina es olímpica, idónea para dioses que, saciados, se han vuelto quisquillosos al cabo de milenios de perfección ordinaria.

Entonces, ¿al final daba lo mismo? En realidad sí. Entonces, ¿a qué viene tanto escándalo? Bueno, así es la cocina, ¿no? Es prácticamente una definición de diccionario. Cocinar es la transformación de una incertidumbre (la receta) en una certeza (el plato) por medio del ajetreo.

perfeccionado la receta antes de publicarla. Que la han sometido al veredicto de otros paladares, han afinado tanto el condimento como la redacción del texto hasta alcanzar la precisión final, y que luego nos la presentan.

Suponemos implícitamente que los autores cuyas instrucciones seguimos han