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Francesc Sáinz Bermejo

Winnicott y la perspectiva relacional en psicoanálisis

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    El enfoque intersubjetivo «entiende el psicoanálisis como el intento dialógico de dos personas que se unen para comprender la organización de la experiencia emocional de una de ellas a través de otorgarle sentido conjuntamente a su experiencia configurada intersubjetivamente» (Orange, 1995).
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    También considera que el cerebro humano está programado para comunicar estados mentales y para aprender por imitación rituales de conducta expresiva y acciones prácticas. En los últimos años las pruebas de resonancia magnética funcional han demostrado que cuando un bebé de dos meses ve el rostro de otra persona que puede ser un comunicador, se activan en él ciertas áreas de la corteza que se corresponden con aquellas partes que, cuando sea un adulto, conocerán los rostros de otras personas, serán responsables de sus expresiones de comunicación vocal, gestual y facial y serán capaces de responder con el gesto y con el lenguaje articulado
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    Mitchell destaca que la interpersonalidad ha abarcado muchas áreas del conocimiento actual, y no solo del psicoanálisis: «La mente ya no puede definirse como un fenómeno en sí mismo y aislado, por lo que la entendemos como un “modelo de transacciones y estructuras internas” derivadas de un campo interactivo e interpersonal» (p.
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    alguna necesidad del niño que no fue correspondida o satisfecha de manera adecuada por el entorno. Cuando esto es así con necesidades vitales, o cuando de una manera reiterada la criatura no es bien atendida, se produce una carencia, una falta que adquiere las connotaciones de falla, es decir, que en el mundo experiencial del sujeto hay algo que se ha construido mal, aunque el desarrollo haya proseguido. La idea conceptual de Balint ha permitido entender el sufrimiento y la psicopatología cuando predomina la falla básica, o cuando la persona está más avanzada y predomina el conflicto, tema que trataremos más adelante.
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    Se reconoce a Freud el mérito de conceder importancia a las vivencias de la infancia y a las relaciones humanas como base para la construcción del psiquismo. Sin embargo, creemos que Freud estaba especialmente entregado al estudio del psiquismo en sí mismo. La comprensión del funcionamiento psíquico lo llevó a desarrollar sus dos tópicas, la primera formulada en 1900 en el capítulo VII de La interpretación de los sueños, y la segunda a partir de 1923 en el libro El yo y el ello. Entre las dos tópicas, Freud introdujo el concepto de pulsión de muerte, en 1920, en Más allá del principio del placer. Las dos pulsiones de vida y muerte coexistentes y articuladas entre sí son, para Freud, el motor que empuja al humano hacia la relación con los demás. Las pulsiones predeterminadas biológicamente, y, por tanto, innatas, son la base sobre la que se edifica el psiquismo. En la segunda tópica, Freud hace una descripción del papel que desempeñan las instancias psíquicas. El «ello», como representante psíquico de las pulsiones en conflicto con el «yo», representante de lo consciente, y con el «superyó», derivado de la introyección de las normas morales y éticas individuales; estas instancias se ven abocadas a tener contacto con la realidad externa. La tensión y el conflicto entre ellas y la realidad producen en el psiquismo un monto de ansiedad, que será mitigada por los mecanismos de defensa pertenecientes a la esfera inconsciente del «yo».

    Freud otorga a la realidad externa un papel regulador y organizador de lo que él denomina el aparato mental. Para Freud, como ya hemos dicho, las pulsiones vitales y las destructivas, unidas a las tendencias edípicas, aseguran el conflicto con la realidad. La búsqueda de relación es, para Freud, la necesidad de encontrar objetos sobre los que descargar todo el conglomerado pulsional y edípico. El psiquismo está dominado por el inconsciente, que alberga las ansiedades más primarias, las tendencias edípicas y destructivas hacia los demás y hacia uno mismo. El objetivo del psicoanálisis es enfrentar estos demonios y desenmascararlos. De esta forma, Freud cree que los síntomas que acucian al paciente serán entonces liberados.
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    Nuestra manera de ver esta importante aportación de Balint es la siguiente: las relaciones ocnofílicas y filobáticas son necesarias cuando se dan de una forma equilibrada. Sin relación vincular no puede haber crecimiento emocional sano, pero ha de poderse combinar con la necesidad de establecer interacciones no vinculares, que no estarán sometidas a vivir duelos difíciles. Si el sujeto solo pudiera establecer relaciones filobáticas viviría de una forma superficial, alimentado por la fantasía de que no hacen falta las dependencias. Nuestra sociedad auspicia el filobatismo como derivado del rechazo de los vínculos y de la dependencia necesaria para construirlos.

    En dos trabajos anteriores (Sáinz, 2007, 2014), propusimos la idea de la personalidad filobática, entendida como una modalidad «esquizoide». El filobático no necesita establecer vínculos; sin embargo, se relaciona con un alto nivel de sociabilidad. A diferencia de las personalidades esquizoides, el filobático puede ser sociable, e incluso tener habilidades sociales de comunicación muy desarrolladas; sin embargo, no es capaz de establecer vínculos afectivos seguros. Se relaciona, pero no se vincula afectivamente. Si no establece vínculos puede intercambiar a las personas sin hacer duelos. Si no existe ningún vínculo no hay duelo que elaborar.
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    El estudio sobre la regresión en su sentido progresivo permitió a estos autores cuestionar el mito de la interpretación como instrumento principal y a veces único del psicoanálisis. Es cierto que tanto Winnicott como Balint, en la línea trazada por Ferenczi, suelen referirse al trabajo con pacientes graves, en general con carencias o «traumas» primitivos. Para nosotros, el trabajo terapéutico con cualquier paciente no debe basarse en la interpretación, sino en la conversación y el diálogo tranquilo y empático con el objetivo de ser dos sujetos que investigan juntos a propósito de uno de ellos, como anticipó Armengol (1994, 2001), al que consideramos pionero en el ámbito que hoy llamamos psicoanálisis relacional e intersubjetivo. El paciente debe sentir que se encuentra con un semejante, no con una esfinge o un oráculo ajeno al proceso.
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    Winnicott explicó con suma profundidad estas ideas en su trabajo de 1963, que se publicó años más tarde con el título de El miedo al derrumbe. Según Abelló y Liberman (2011), Winnicott se interesó por el concepto de regresión en la década de 1940, y culminó en un trabajo del año 1954 denominado «Aspectos metapsicológicos y clínicos de la regresión dentro del marco psicoanalítico». Para nuestro autor, la regresión es un camino de vuelta hacia el momento de la falla ambiental. El contenido emocional había quedado «congelado», detenido o disociado, esperando la oportunidad de emerger de nuevo, como hemos dicho antes. Podemos pensar que en toda psicoterapia, el paciente realiza un proceso regresivo. Pedir ayuda a otro ser humano para mejorar la propia vida emocional y relacional pone a la persona en una situación de cierta indefensión. Cuando los profesionales de la salud mental solicitan hacer terapia personal por exigencias de la formación como psicoterapeutas o por motivos de auténtica necesidad, pasan de ser los asistentes a ser los asistidos, lo cual es todo un ejercicio de humildad.

    Para construir algo nuevo a menudo es necesario deconstruir alguna situación anterior. La psicoterapia psicoanalítica procura no poner masilla o pintura en las paredes del paciente sin antes saber cuáles son las grietas o los desperfectos que existen. El estudio de la regresión lleva a Winnicott a plantearse dos tipos de registro de las experiencias vividas, acercándose a los estudios actuales sobre la memoria y dejando de lado, por un momento, lo inconsciente (Coderch, 2010, 2012, 2014): las vivencias que pueden ser pensadas, con la subjetividad inevitable y aquellas que no (la memoria declarativa y la de procedimiento, o explícita e implícita).

    La criatura humana reacciona como puede ante las intrusiones del entorno. Entendemos como intrusiones tanto las que son activas, como el maltrato físico o la agresión sexual, como las que se deben a abandono por falta de sincronía empática.
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    Si el terapeuta trabaja tranquilo se podrá permitir dejarse ir a un estado preteórico, sin prejuicios excesivos. De este modo, cuestionaríamos la frase popular de «el saber no ocupa lugar», ya que a veces el saber ocupa tanto lugar que uno no puede permitirse el no saber como una forma de estar abiertos al conocimiento. Ambas cosas las encontramos en la tradición socrática y en nuestro entorno de trabajo en Bion (1962), que insiste en la importancia de tolerar el no saber; el mismo Freud tuvo la misma apreciación con la brillante idea de que el terapeuta trata de tener una atención flotante ante las asociaciones libres del paciente.

    Desde nuestro punto de vista, ofrecer al paciente una nueva oportunidad experiencial pasa por el reconocimiento de lo vivido, aunque sea de una forma implícita. Es justo reconocer a Freud, como recuerda Erikson, que el objetivo psicoterapéutico no es olvidar, sino ayudar a recordar. Ahora diríamos que el objetivo no es el recuerdo, sino la posibilidad de que se pueda dar una nueva experiencia en la que la persona pueda sentirse real. Para Winnicott, sentirse real y vivir la vida en primera persona constituyen los engranajes del verdadero self. Podemos decir que el objetivo de una vida saludable no es alcanzar el estado de independencia, entre otras cosas porque tal empresa es imposible en términos absolutos, sino más bien reconocer las dependencias en las que nos vemos sumidos y, por encima de todo, que sentirnos reales nos permite darnos cuenta de que estamos vivos. La capacidad de sentirnos vivos es, para Winnicott, la definición de vida creativa (1971).
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    . La utilidad de esta experiencia para el conocimiento por parte del terapeuta sobre su paciente pasa a un segundo plano. El primer plano está ocupado por el deseo de establecer una conexión franca y directa entre ambos protagonistas.
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