En general, pensar en el amor de Dios por nosotros es algo mucho más seguro que pensar en nuestro amor por Él. Nadie puede experimentar sentimientos devotos en todo momento, e incluso si pudiéramos, los sentimientos no son lo que a Dios le importa más. El amor cristiano, ya sea hacia Dios o hacia el hombre, es un asunto de la voluntad. Si intentamos hacer Su voluntad estamos obedeciendo el mandamiento “Amarás al Señor tu Dios”. Dios nos dará sentimientos de amor si le place. No podemos crearlos por nosotros mismos, y no debemos exigirlos como un derecho. Pero lo más importante que debemos recordar es que, aunque nuestros sentimientos vienen y van, el amor de Dios por nosotros no lo hace. No se fatiga por nuestros pecados o nuestra indiferencia, y, por lo tanto, es incansable en su determinación de que seremos curados de esos pecados, no importa lo que nos cueste, no importa lo que le cueste a Él.