es
Knjige
Aurora Freijo Corbeira

Cuerpo vítreo

  • Milton Ortizje citiraoпре 4 дана
    Si utilizara menos los ojos, ¿me durarán más? Es un sinsentido. Lo sabe. Pero los cierra para no gastarlos. Vuelve a casa. Solo puede ocuparse de vigilar su ojo.
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    Le escucha. El oído es parte del corazón, y del deseo, y luego cuesta desconectarlos. L y T son consonantes irreconciliables, no pueden formar palabras. Se atasca una con la otra. Impronunciables.
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    vivero y los ha visto sobrevivir en la nieve. Tanta nieve ahora en ella. Estando en el horror se dará cuenta del desfondamiento de esa relación de años
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    Los pensamientos son también el nombre de unas flores que parecen delicadas, pero son de invierno. Y de colores. Los ha comprado en el vivero y los ha visto sobrevivir en la nieve.
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    Al terminar pasean por la noche de la ciudad. Podrían ir de la mano. No les faltan las ganas, sí cierto atrevimiento por lo que las manos pudieran iniciar. Su cabeza literaria le gusta, a ella, que tanto aprecia las palabras. Es un parresiasta:
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    ena y le pregunta si le parece bien la mesa. Está presente su beso de la noche anterior. Y los otros besos, como corolas, que acompañaron al beso pistilo. Todo el cuidado es para ella
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    Pero su nervio óptico se adelgaza y los colores del mundo palidecen. Y ella sin saberlo. Parece ser que pueden ir pasándole cosas sin que ella lo sepa. Estupefacta. La lógica infantil ha crujido mientras la incertidumbre la mete en un hoyo.
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    Un trozo de su cerebro ha coagulado esa escena para siempre. ¿Es grave? Pregunta por primera vez en su vida.
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    Sabe que la creencia es frágil, desfondada, pero se sostendrá en el aire hasta que amanezca y despierte, y otra vez las nubes sombrías lluevan sobre su cerebro. Quizá hubiese sido mejor invitarle a subir, quizá, pero busca el instante sostenido, el vuelo breve del pájaro. Que nada lo quiebre. Es efímero sin remedio. No sabía mucho de K. Ni falta que hacía. Estaba con él, T estaba aplanado, más perdido que nunca.
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    gesto de selva en los silencios que sostiene. No hace falta saber demasiado el uno del otro; eso ahogaría los encuentros. A la vez que hay entrega, está la timidez, la secuencia de instantes del retiro y el darse, un juego que mece a ambos, aún sentados frente a un vino.
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