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Knjige
León Tolstoi

La felicidad conyugal

  • Dianela Villicaña Denaje citiralaпре 2 године
    —¿Y no quieres nada?—pregunté.
    —Nada imposible—respondió, adivinando lo que yo sentía—. Tú te mojas la cabeza—añadió acariciándome como si fuese una niña y pasando una vez más su mano por mis cabellos—, y envidias a las hojas y a la hierba porque las moja la lluvia. Te gustaría ser la hierba y las hojas, y también la lluvia. Yo sólo me alegro de que existan, como me alegro de todo lo que en este mundo tiene belleza, juventud y felicidad
  • Ivana Melgozaje citiralaјуче
    no sólo no buscaba quedarse a solas conmigo, sino que evitaba cualquier oportunidad de hacerlo. Como si tuviera miedo de permitir que esa ternura exagerada, dañina, que había en él, de pronto aflorara. No sé si fue él o yo, pero ahora me sentía su par; ya no encontraba en él esa fingida sencillez que antes tanto me disgustaba, y a menudo me deleitaba viendo frente a mí no ya a un hombre que me infundía respeto y miedo, sino a un niño dócil y desconcertado de felicidad. «¡Eso es lo que había en él! —pensaba yo a menudo—. Es una persona como yo, nada más». Ahora me parecía que estaba íntegro frente a mí y que ya lo conocía a fondo. Y todo aquello de lo que me iba enterando era sencillo y estaba en concordancia con mi ser.
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    —¿Por qué? ¿Por qué? —seguía yo repitiendo, pero el alma desbordaba felicidad, una felicidad que nunca más volvió.
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    —Y el tercer final —dije, y me detuve, pero él guardó silencio—, y el tercer final es que él no la amaba, y le hizo daño, mucho daño, y pensaba que estaba en lo correcto, y se fue y encima se enorgullecía de alguna cosa. Para usted, no para mí, esto es una broma, porque yo me enamoré de usted desde el primer día, me enamoré
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    Desde que lo conocía nunca me había sentido con él tan tranquila y tan independiente como esa mañana. Sentía que había en mí todo un mundo nuevo que él no entendía y que estaba por encima de él.
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    Me parecía que él y yo, juntos, seríamos así, infinita y serenamente felices.
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    Me parecía que él y yo, juntos, seríamos así, infinita y serenamente felices.
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    Sonreía y rezaba y lloraba, y en ese momento amaba a todos los seres de este mundo y a mí misma calurosa y apasionadamente. Entre liturgia y liturgia leía el Evangelio, y cada vez me resultaba más y más comprensible ese libro, más conmovedora y sencilla la historia de esa vida divina y más terribles e impenetrables las honduras de sentimiento y pensamiento que encontraba en su doctrina. Pero, en cambio, qué claro y sencillo me parecía todo cuando, recién leído ese libro, de nuevo miraba y pensaba en la vida que me rodeaba.
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    y me alegraba el hecho de que nunca nadie supiera nada más. Y esa alegría estaba dentro de mí
  • Ivana Melgozaje citiralaпре 8 дана
    «Pero ¿por qué no me dirá sencillamente que me ama? —pensaba—. ¿Por qué inventa no sé qué dificultades y dice que es viejo cuando todo es tan sencillo y tan hermoso? ¿Por qué pierde un tiempo precioso que, quizá, no vuelva jamás? Que me diga: te amo, que me diga con palabras: te amo. Que tome mi mano con su mano y oprima su cabeza contra ella y me diga: te amo. Que se ruborice y baje los ojos delante de mí, y entonces se lo diré todo. No, no se lo diré; lo abrazaré, me apretaré contra él y me echaré a llorar. Pero… ¿y si es un error y no me ama?», se me ocurrió de pronto.

    Me asustó lo que sentí: no sé hasta dónde habría podido llevarme ese sentimiento; recordé su confusión y también la mía en el cobertizo cuando salté a donde él estaba, y volví a sentirme muy, muy afligida. Las lágrimas se derramaron de mis ojos; me puse a rezar. Y de pronto se me ocurrió una idea curiosa que me tranquilizaba y me daba esperanza. Decidí que a partir de ese momento guardaría el ayuno, comulgaría el día de mi cumpleaños y ese mismo día me convertiría en su novia.

    ¿Para qué? ¿Por qué? ¿Cómo debía ocurrir? Yo misma no lo sabía, pero a partir de ese momento creí que así sucedería y supe que así sería.
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