Diario de un hombre superfluo

Pero cuando al fin pasa el encantamiento, el hombre a veces siente y lamenta haber cuidado tan poco de sí mismo en medio de esa felicidad, no haber duplicado sus reflexiones, sus recuerdos, no haber proseguido con su disfrute…, como si el hombre completamente feliz tuviera cuándo hacer esas cosas, ¡si ni se para a meditar sus sentimientos

Esos veinte días me parecen algo cálido, joven y oloroso, una franja de luz en mi vida opaca y gris. Mi memoria se vuelve implacablem

Mi memoria se vuelve implacablemente fiel y clara solo desde el instante en que, por decirlo también con una tontería de los educados autores, me embisten los golpes del destino

Recuerdo que ni un solo momento me asaltó incertidumbre alguna sobre los sentimientos que me inspiraba Yelizaveta Kiríllovna: desde el primer día me enamoré apasionadamente y desde el primer día supe que estaba enamorado

en que sonríe y mira como un niño recuperado de una enfermedad

no se acerca con un estruendo ascendente, como un coche por la calzada al anochecer, porque ya está aquí, revolotea a mi alrededor como ese soplo ligero

Al destruirme, dejo de ser superfluo…

Mañana es 1 de abril. ¿De veras voy a morir mañana? No parece muy conveniente. Claro que es propio de mí…

tilos! Cuando llegue el verano, no vayáis a olvidaros de cubriros de flores de arriba abajo… Y que la gente se recueste bajo vuestra olorosa sombra, en la hierba fresca, bajo el rumor balbuciente de vuestras hojas molestadas por el viento

Si al menos ahora, antes de morir —pues la muerte es algo sagrado a pesar de todo, eleva a cualquier criatura—, si una voz amable, triste, amistosa, me cantara una canción de despedida, una canción sobre mi propia pena, quizá pudiera reconciliarme con ella. Pero morir es irremediable, es absurdo…