La heredera

—¿Acaso tengo otra opción?
Papá cogió aire y meditó la respuesta.
—En realidad, cariño, tienes treinta y cinco opciones.

No creo que nadie sepa lo que busca hasta que lo encuentra.

No esperaba encontrar el amor que compartían mis padres, o lo que Ahren sentía por Camille. Pero… quizá podía conocer a alguien especial. Una persona que deseara besarme incluso cuando tuviera un resfriado o que estuviera dispuesta a darme un masaje después de un largo día de reuniones. A lo mejor podía encontrar a alguien que no me asustara, a quien pudiera abrirle las puertas de mi alma. Pero eso ya sería pedir demasiado.

Te pones una coraza y no permites que la gente te conozca tan bien como yo. Pero sé que, al final, esos chicos captarán un destello de lo que se esconde en tu interior.

Ahren miraba a Camille como si gracias a ella saliera el sol cada mañana. Era bonito verle así, hechizado por aquella jovencita. Y eso hizo que me diera cuenta de que nunca nadie me había mirado de ese modo.

Hay ciertas cosas que uno no aprende de sí mismo hasta que otra persona entra en el rincón más íntimo de su corazón

Pero, a veces, aquello que llevas años anhelando aparece por la puerta, decidido a eludirte, a huir de ti. Y, sin embargo, al final te das cuenta de que siempre hay alguien para ti

De todos modos, ahora no podía permitirme el lujo de echarme atrás. Por mi propio bien y por el de mi familia, tenía que acabar la Selección.

Y, cuando lo hiciera, tendría un anillo en el dedo

Al ver a los diecinueve seleccionados doblar la esquina, me quedé sin palabras, emocionada.

Kile fue el primero en hablar.

—Hemos venido a rezar.

Los ojos se me llenaron de lágrimas.

Henri siempre dice que cuando uno está furioso, la mirada cobra la misma fuerza que un puñetazo. No eres vulnerable