Y Dima supo entonces que, a pesar de que notaba claramente el frío tacto de la plata en su mano, aquello tenía que ser un sueño, porque el cochero no le dijo al monstruo «¡Arriba, bestia!» ni «¡Ya no volverás a atormentar a estas gentes!», como habría dicho un héroe de cuento.
En vez de eso, a Dima le pareció que el cochero, oculto bajo las sombras de los pinos mecidos por el viento, decía:
—Cuidado con la cabeza, Majestad.