El autor de este cuaderno de campo nos lo advierte con franqueza: «Sospecho que no hay viaje que no termine en la puerta de nuestra casa, y que tarde o temprano volvemos a ella, con más o menos equipaje, o sin él, con menos seguridades de las que creíamos, más incrédulos tal vez, más baldados, con algunos entusiasmos intactos».
Y así nos guía a través, sí, de sus periplos por territorios cercanos (Baztan, Pamplona, Bilbao, Madrid, Bayona…) o más lejanos (la compleja Bolivia, sus gentes y misterios…), pero, y sobre todo, de su “revuelta mesa de trabajo”, desde donde, siempre alerta para los afectos y los atropellos, escribe “de manera directa, clara, franca, que es la mejor manera de contar un viaje si lo vivido merece la pena, porque de vivir se trata, no de viajar para buscar “temas”, y solo eso”.
A las páginas de este dietario, correspondiente a los años 2008 y 2009, asoman, inevitablemente, la alegría inquieta y expectante de los prolegómenos del viaje, tan semejante, en ocasiones, a la del regreso; el gozo de los hallazgos humanos, junto a los del disfrute de muy diversas naturalezas y momentos; el duelo por la pérdida de seres queridos junto a apuntes del natural de sociedades en ebullición o del deambular, a veces siniestro, de los espectros que pueblan nuestros mundos cotidianos… Porque, nos advierte de nuevo el autor, “no todas las entradas de este cuaderno de campo pueden ser felices”. Sí lo es, no obstante, el magnífico fresco vital que en él se nos ofrece.