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Roxane Gay

Mujeres difíciles

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    Cuando hubo terminado, salí del aula mientras la señora Sewell me llamaba. Fui a la clase de Carolina y me senté en el suelo junto a su pupitre, apoyando la cabeza en su muslo. Su profesora calló un momento y después siguió hablando
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    Nuestros padres le preguntaron a Carolina por qué había subido a la camioneta en lugar de salir corriendo en busca de ayuda. Ella dijo: «No podía dejar a mi hermana sola».
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    Si tú te vuelves, yo me vuelvo contigo —dijo tajante—. Ya sabes cómo va esto.

    —¿Seguís pegadas como esos mellizos rarunos, cómo se llaman, ya sabéis, como los gatos esos?
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    Por qué él?

    —Yo no le haría ningún bien a un hombre bueno de verdad y Darryl, en el fondo, no es un mal hombre.

    Yo sabía exactamente de qué estaba hablando.
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    Darryl me dio una patada por debajo de la mesa.

    Aparté los ojos de la carta.

    —¿Quieres estarte quieto?

    Darryl dio una palmada en la mesa.

    —La banda vuelve a reunirse.
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    Me miró de arriba abajo.

    —¿Necesitarás dos llaves o necesitarás compañía?

    Deslicé tres billetes de veinte por encima del mostrador.

    —No necesitaré nada.
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    Anda, ve a ver si la habitación de al lado está disponible. —Darryl dio unas palmaditas en la cama y se echó en el colchón, que gimió suavemente cuando aterrizó sobre él—. Tu hermana y yo tenemos faena.
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    Esta es exactamente la clase de lugar donde imaginaba que acabaría tu marido —dije mientras accedíamos al aparcamiento—. Como duermas aquí con él, me decepcionarás, y mucho.

    Darryl nos abrió la puerta en unos holgados calzones y una camiseta de nuestro instituto. El cabello le caía sobre los ojos y tenía los labios agrietados.
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    No me hagas ir sola —dijo Carolina con voz quebrada—. No me hagas quedarme aquí, otra vez no.
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    A Carolina no le gusta que le digan lo que tiene que hacer y no pensaba dejarme sola.
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