Mientras hablaba, se giró hacia él y, en ese momento, con el viento agitándole el pelo y las mejillas rosadas del sol, estaba tan encantadora que Simon se olvidó de respirar.
Su gran boca estaba a medio camino entre la risa y la sonrisa, y el sol le teñía el pelo con reflejos rojizos. Allí en el río, lejos de las opulentas fiestas de Londres, rodeados de naturaleza, estaba tan natural y bonita que, el mero hecho de estar a su lado, provocó que Simon no pudiera dejar de sonreír como un tonto.