Todos los días, en las actividades cotidianas de sus vidas, Connell mostraba paciencia y consideración hacia los sentimientos de ella. La cuidaba cuando estaba enferma, leía los borradores de sus trabajos académicos, se sentaba a escucharla mientras hablaba de sus ideas, rebatiéndose a sí misma en voz alta y cambiando de opinión. Pero ¿la amaba? A veces a Marianne le entraban ganas de decirle: ¿Me echarías de menos, si me perdieras para siempre? Se lo había preguntado una vez en la urbanización fantasma, cuando eran solo unos críos. Él le había dicho que sí, pero en aquella época ella era lo único que tenía, la única cosa que tenía solo para él, y nunca volvería a ser así.