Mierda —susurró.
No podía permitirse perder cerillas. Volvería a necesitarlas si lograba llegar a la casa y a la habitación segura. Pero en ese momento estaba solo en el bosque oscuro con una vela apagada y en gran peligro, si decidía creer los rumores y las leyendas. Los temblores que sacudían su cuerpo sugerían que los creía. Estabilizó las manos lo suficiente como para deslizar con firmeza la cerilla contra el rascador, lo que hizo que se encendiera en una llamarada inestable. La erupción liberó una nube de humo con olor a azufre antes de convertirse en una llama controlada. Acercó el fósforo al pabilo de la vela, feliz ante la luz que le brindó. Calmó su respiración y observó el bosque en sombras a su alrededor. Escuchó y esperó, y cuando tuvo la certeza de que había derrotado al reloj, volvió a concentrar la atención en la hilera de árboles que tenía delante. Avanzó lentamente, protegiendo con esmero la llama mientras caminaba; una vela encendida era la única forma de mantener lejos al Hombre del Espejo.
Llegó hasta el roble gigantesco y vio una caja de madera junto a la base. Se arrodilló y abrió la tapa. En el interior descansaba una llave. El corazón le latía con contracciones poderosas que enviaban un torrente de sangre por los vasos sanguíneos dilatados de su cuello. Inspiró profundamente para calmarse y luego sopló para apagar la vela: las reglas establecían que las velas de guía solo podían mantenerse encendidas hasta que se encontrara la llave. Emprendió la marcha por el bosque. En la distancia, el silbido de un tren en la noche le alimentó el caudal de adrenalina. La carrera seguía. Mientras corría por el bosque, tratando infructuosamente de protegerse la cara de las ramas que lo azotaban como látigos, se torció un tobillo. Siguió su camino, sintiendo bajo sus pies el temblor de la tierra producido