quiero. —Repito mis palabras, pero esta vez solo para él—. Te quiero desde la cabaña. Desde… no sé desde cuándo. En algún momento, me enamoré de ti. Tú y yo… estas circunstancias en las que nos hemos conocido han sido un poco enrevesadas. Pero te quiero a pesar de todas ellas.
—Entonces, ¿por qué te quedaste en el otro mundo? —susurra—. ¿Por qué no me lo dijiste antes de marcharte?
—Porque fui cobarde —admito en voz alta, en su beneficio y en el mío propio—. Me daba miedo creer que solo te quería porque no tenía muchas más opciones. Pensé que este amor estaba fabricado para mi propia supervivencia, puesto que pensaba que no había otra salida, que me quedaría aquí atascada para siempre. Me daba miedo un amor procedente de una falta de elección. Me daba miedo no saber lo que era el amor siquiera, porque no creo que lo haya sentido jamás.