Yo lo intenté durante los primeros dos meses, igual que el abuelo. «Mamá, creo que necesitas ayuda», una y otra vez. Pero, al final, tras varios «Déjame, por favor» y «Estoy perfectamente» llegó un inesperado «Cállate, Grace» que fue tan brutal y seco, tan hiriente y punzante, que consiguió que me rindiese y tirase la toalla.