Merlín miró entonces la Espada de Poder a sus pies. Se arrodilló y envolvió la empuñadura con su mano.
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Los ojos de Nimue parpadearon mientras blandía la Espada de Poder, que cayó de sus manos y rodó con estrépito por el puente. Se tambaleó, trató de erguirse y resbaló en el musgo húmedo y escurridizo que cubría la baja y retorcida pared.
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se desplomó en la cubierta, vomitó agua salada y fue atacado por escalofríos. De pronto miró un par de botas con puntas de acero recubiertas con piel de foca
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Los vikingos a bordo saludaron a los sobrevivientes en la costa y Arturo entró en acción de inmediato, con gritos dirigidos a los Inefables
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Arturo no podía explicarse esa violencia de vikingos contra vikingos, pero le emocionó ser el beneficiario
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Los corsarios en la playa lo pensaron bien antes de atacar tan pronto como los barcos de Lanza Roja tomaron posición justo en dirección a la orilla
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Merlín giró y tomó el estoque de su captor. El paladín se cubrió la cara y perdió el brazo por efecto del golpe
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Nimue se arrojó a una tienda cuando dos Paladines a caballo pasaron prestos a su vera. Corrió al camino pero debió agacharse de nuevo porque un destacamento de Pendragón emergió de la bruma para huir de paladines montados y a pie. Intentaba orientarse cuando unas manos la jalaron desde atrás.
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Nimue lloró sobre el cadáver de Galván. La piel del Caballero Verde relucía con la escarcha y las enredaderas de los Celestes brillaban en su cuello y mejillas. Pero se había marchado. Nimue vertió en vano a su favor todo lo que tenía. Sus heridas estaban en carne viva aún y no habían cicatrizado, su cuerpo seguía fustigado por las quemaduras.
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El hombre se vino abajo como una pila de ropa sucia. Aun así, los manguales de los dos últimos guardias cayeron sobre él y el Monje Llorón se desplomó en el suelo.