El desorden que dejas

Con resignación, sin dejar de intentarlo, poniendo al mal tiempo buena cara, pero tampoco demasiada, que no está el horno para bollos. Que se sepa que vamos, que nos esforzamos, que lo intentamos, sin cejar en el empeño, pero sin llamarnos tampoco a engaño. ¿Ir? Vamos. ¿Con alegría? No, tirando

Lo único que hizo fue trabajar y trabajar, tanto que a veces se le olvidaba que tenía una hija. Y cuando estaba pendiente de mí era casi peor.

«Ya lo decía Albert Camus: no hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: es el suicidio. Juzgar que la vida vale o no vale la pena de ser vivida es contestar la cuestión fundamental de la filosofía».

La piel suave y pecosa, hay toda una galaxia de lunares en su espalda.

Pacientes que nunca se rendían, que luchaban contra un cáncer que siempre estaba ahí acechante. Personas que se aferraban con uñas y dientes a la esperanza, a la quimio, a las operaciones, a las terapias alternativas, a las dietas, a los curanderos, hasta a las picaduras de avispa, a lo que fuera, con tal de arrancarle a la vida un mes más, un año más.

Ante un hecho como la muerte de alguien cercano siempre nos empeñamos en dotar de significado cualquier momento vivido en los últimos días.

Parecerá una tontería, pero a veces necesitas que alguien o algo, incluso un perro, te enseñe a dejar de lado todas las ansiedades, todas las búsquedas inútiles, todo ese barullo de metas, logros, fracasos y demás histerias en las que estamos instalados, para volver a lo esencial, a disfrutar del sol, del juego, del cariño, de la vida.

Le vamos a llamar Nanuk, porque acaba de derretir en un momento todo el hielo que había en tu corazón.

Qué curiosos los eufemismos y todos los esfuerzos que hacemos para eludir la muerte de la vida, y hasta del lenguaje.

no puedes volver a recuperar lo que eras, porque ya has enseñado el monstruo que habita dentro de ti, y has visto el monstruo que hay en el otro. Y nadie quiere convivir con monstruos.