Don Quijote de la Mancha

fuera bastante a derretirle los sesos, si algunos tuviera

¿Dónde estás, señora mía,

que no te duele mi mal?

O no lo sabes, señora,

o eres falsa y desleal.

Contó el ventero a todos cuantos estaban en la venta la locura de su huésped, la vela de las armas y la armazón de caballería que esperaba

pero lo que yo he podido averiguar en este caso,

«Apenas había el rubicundo Apolo[14] tendido por la faz de la ancha y espaciosa tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos, y apenas los pequeños y pintados[15] pajarillos con sus harpadas[16] lenguas habían saludado con dulce y meliflua armonía la venida de la rosada aurora, que, dejando la blanda cama del celoso marido

y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el celebro de manera que vino a perder el juicio

«La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura»

porque le estaba dando con una pretina[8] muchos azotes un labrador de buen talle, y cada azote le acompañaba con una reprehensión y consejo

hizo más de tres la cabeza del segundo arriero

que el trabajo y peso de las armas no se puede llevar sin el gobierno de las tripas.