Los que transitan por las calzadas, apenas ven atravesar esta extraña población a uno que otro perro flaco, a algún burro que arranca las yerbas que nacen en las paredes de las mismas casuchas, y a una o dos inditas enredadas, sentadas a la puerta o por el lindero de la calzada de piedra.
El resto parece solo y abandonado. No es así; por el contrario, no hay casa que no tenga su propietario o propietarios, pues las habitan no siempre hombres solos sino familias.