Desertar

Leyendo a Sylvia Molloy entendí el lazo entre la afectación de mi lengua y lo que escribo.

escribir podía engendrar deseo, inventarlo, producirlo, eso me hacía creer que era potencialmente peligroso.

(“¡Mirilla!”, de hecho, en francés se dice “judas”, supuestamente ver sin ser visto equivaldría a traicionar).

Siempre fui una actriz frustrada, y siempre envidié esas vidas que parecen tener mil vidas dentro, muchas rotondas, cambios de camino, ciudades, muchas biografías en una, así que la única salida que encontré fue tener dos lenguas, pero hubiera querido más. Una suerte de adulterio en permanente.

Si no hay que pensar que una traducción es una lectura más que una reescritura como decía Piglia.

trucho”, palabra y concepto tan importante en Argentina, tiene la misma raíz etimológica que “trujamán”, el intérprete…

Siempre que estoy en correspondencia con un traductor le digo lo mismo, que no importe el idioma, que no importe la palabrita, que no importe estar pegado al sentido, que solo importe la lengua.

Cada vez más, cuando llego a Buenos Aires pienso que es una ciudad de traducción.

Para mí que una novela sea traducida al polaco, al croata o al holandés es como un tema versionado al infinito. La cuestión entre el autor y el traductor es lo que decía Miles Davis sobre él y Bill Evans. Davis decía que, Evans y él, escuchaban la música con el mismo oído

Más allá de las traducciones y de los traductores, habría que hablar de los escritores que decidieron o tuvieron por distintos motivos que cambiar de idioma y de escritura.