El amor se ofrece, en efecto, no como una regresión o una repetición, sino como una sorpresa. Algo no previsto, no planeado, no esperado que acaece interrumpiendo la secuencia de lo ya conocido, de lo ya vivido, de lo ya visto, de lo ya consabido. Todo encuentro de amor suspende el discurrir natural y ordinario del tiempo; excava un hoyo, un espacio vacío, abre un pasaje, una discontinuidad que no podíamos prever en el desarrollo habitual de las cosas del mundo. El encuentro, en este sentido, sabe siempre a porvenir, sabe a lo que todavía no ha sido, sabe a Nuevo.